!EFICEM le desea Feliz Navidad¡
Como en esta época te deben escribir mucho, quiero comenzar diciéndote quien soy. Me llamo Venezuela, y sobre mi nombre existen muchas versiones, desde aquélla de pequeña Venecia hasta la interpretación del sufijo “ela” en sentido peyorativo. Grandes hombres se empeñaron en darme libertad y hacerme una República, incluso Miranda me obsequió una bandera: “llevaré por el mundo el amarillo de tu hermosa cabellera, el azul profundo de tus ojos de mar y el rojo de esos labios hermosos que quiero besar”. Pero se tuvo que esperar a Simón Bolívar, quien junto a una generación heroica, me dio sentido de patria y ciudadanía.

Querido niño Jesús:
Sin embargo, a partir de 1830 se traicionaron los ideales y durante el resto del siglo 19 fui teñida de sangre, con diferentes revueltas donde se proyectó el “Leviatán”. No tan sólo se traicionaron las ideas, los hombres se traicionaban a sí mismos, y fueron abriendo surcos en mi piel y mi esencia de madre, esposa y hermana, derramé lágrimas infinitas que humedecieron hasta la intimidad.
Cuando se inició el siglo 20 se produjeron nuevas traiciones, nuevas guerras, a muchos hombres de esta tierra les pusieron grillos en los pies, pero ellos tenían un volantín en el alma, a la que jamás pudieron poner presa. Los amos del valle, como dijera el poeta De Bravo “posaron sus manos sobre mis muslos y me entregaron por la luna del dólar”, me vendieron al mejor postor, entregaron mis recursos naturales y hasta privatizaron mis sentimientos. Hacia finales de ese siglo, me quebraron las instituciones y se produjo un parto. Así amanecí en el siglo 21 entre dos visiones distintas.
Una anclada en la entrega vil, que quería seguir manoseándome, que me pretendía globalizar bajo el esquema de entregar mis recursos básicos, engañando a los trabajadores para quitarles su sistema de prestaciones sociales, maltratando al campesino que dobla su espalda para hacer germinar la semilla, allanando universidades, con un haber de presos, muertos y desaparecidos políticos, un abril intentaron un golpe de Estado, maltratando mi preñez y buscando que abortara la esperanza; luego intentaron pararme las piernas, los brazos, asfixiarme el aliento, ahogarme el sueño. Pero están quienes me aman de verdad y al hacerlo quieren justicia para el campesino, el obrero, el estudiante, esas grandes mayorías que habían sido excluidas por los amos del valle. Me regalaron una Constitución tan hermosa como mis cielos y mis mares, tan profunda como el latido y el suspiro, me dieron leyes impregnadas por el viento fresco de la igualdad; han creado felicidad para mi pueblo, atendiendo sus necesidades; y me han brindado todos sus espacios y sus tiempos para consolidarme como una patria digna, justa y libre.
Quiero pedirte paz en las fronteras de mi cuerpo, amor entre todos los hombres libres que me recorren a diario, justicia para lograr la felicidad social. Quiero que ilumines a la oposición, para que aprenda a amar con desprendimiento y sin egoísmos, para que siga el camino y las reglas de la democracia y se olvide de los saltos al vacío, para que entienda que ahora mis fronteras son recorridas por el huracán indómito de la revolución, de la igualdad y la justicia social como proyecto irrevertible de vida, y para que no pretenda que vuelva al pasado. Quiero pedirte por todos los hijos, porque soy tan ancha que todos caben en mí; quiero pedirte por todos los sueños y las ideas, porque soy tan profunda que ellas pueden cohabitar en mis entrañas; quiero pedirte por el sentimiento y por el amor, porque soy tan intensa que tan sólo me entrego cuando amo infinitamente. Feliz Navidad niño Jesús.
"Carlos Escarrá Malavé" (La Voz de la Calle, 2010)